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Sandra Lorenzano

10/02/2019 - 12:00 am

¿Quién no quiere un león?

1. Y llegó el día en que Teo desde sus tres años preguntó: Mamá, ¿dónde está el abuelo Rafael? 2. La ducha está abierta. Tania tiene a su bebé en brazos. Le gusta bañarlo así. Pegado a su cuerpo. Sintiendo la piel suave y dulce de su hijo contra su propia piel. Hace unos meses […]

Foto: Especial

1.
Y llegó el día en que Teo desde sus tres años preguntó: Mamá, ¿dónde está el abuelo Rafael?

2.
La ducha está abierta. Tania tiene a su bebé en brazos. Le gusta bañarlo así. Pegado a su cuerpo. Sintiendo la piel suave y dulce de su hijo contra su propia piel. Hace unos meses que repite el ritual cada mañana. Puro placer en esos pocos minutos: carcajadas del niño, juegos, mimos. Menos hoy. Hoy Tania llora mientras sostiene a un desconcertado Teo bajo el agua. Tampoco ella entiende qué le pasa. Tendría que ser un día de felicidad: el pequeño está cumpliendo once meses.

Once meses.

Esa era la edad justa que tenía Pável, el hermano de Tania, cuando su padre fue secuestrado. Sara, la mamá, tenía cinco meses de embarazo, faltaban aún cuatro para que naciera Tania.

Rafael Ramírez Duarte fue secuestrado por la Brigada Blanca y llevado al Campo Militar Número Uno donde lo torturaron salvajemente frente a tres de sus hermanos y a un primo. Otro de sus hermanos, Juan, fue acribillado meses después frente a un mercado.

Rafel Ramírez. Foto: cortesía Tania Ramírez

Rafael estudiaba Economía en la UNAM y militaba en la Liga Comunista 23 de septiembre. Nunca más apareció. Era el 9 de junio de1977, la negra época de Miguel Nazar Haro, titular de la Dirección Federal de Seguridad, al que llamaban “El sanguinario”.

Tania niña se ponía la ropa de ese padre al que nunca conoció para saber cómo olía. Preguntaba si le gustaba el café con azúcar como a ella, o si jugaba al futbol. Se imaginaba que le enseñaba a andar en bicicleta y que le contaba cómo era el mundo con el que soñaba.

Con el retrato de su padre colgado al cuello, acompañaba a su mamá y a su abuela, Delia Duarte, a reunirse con las “Doñas” -como se llamaban a sí mismas las mujeres que buscaban a sus hijos víctimas del terrorismo de Estado- frente a la Catedral de la ciudad de México. Allí nació el Comité ¡Eureka! del que ellas son iniciadoras, junto con Rosario Ibarra de Piedra, y otras cerca de ochenta madres.

Foto: Tomada por Carlos Piedra. Cortesía Tania Ramírez

“Soy hija de un desaparecido”, me dijo esa tarde de 1997 después de la clase. Estábamos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM y yo había hablado de las dictaduras del cono sur. De las Abuelas, de las Madres, de los H.I.J.O.S. De las torturas. De los rituales imposibles. ¿Dónde rendirle culto a nuestros muertos? “Pero ¿naciste acá o allá?”, le pregunté con ridícula ingenuidad. “Soy hija de un desaparecido de México”, me contestó con orgullo.

En la sala de la casa familiar siempre ha habido una gran foto de Rafael acompañando la vida cotidiana de su mujer y sus hijos. A los treinta años de su secuestro Tania le escribió:

“Papá, nos deben que podamos mirarnos a los ojos y entendernos sin mediar palabra. Nos deben los cumpleaños, uno mío por cada uno sin ti. Nos deben el cariño hasta la médula que ya nos tenemos, y abrazarnos yo colgada de tu cuello. Nos deben las fotos familiares con cuatro, siempre con cuatro. Nos deben treinta años de luchitas de almohadas y treinta años de besos de nariz. Nos deben a mi tío Juan y a mi tía Mary. Nos deben mi mano chiquita en tu mano. Nos deben treinta años de alegría, a ti, a Pável, a Sara y a mí. Treinta años por cuatro: nos deben 120 años de alegría.

Ahora que el Gobierno de López Obrador está proponiendo una estrategia para la búsqueda de los desaparecidos, no nos olvidemos que a los cuarenta mil que dejaron Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, hay que sumar siempre los más de 500 –según cifras oficiales; se sabe que son muchos más- de los aparatos represivos del estado priista de los años setenta que, al mismo tiempo que nos recibía a los exiliados del cono sur, reprimía de manera brutal a sus propios militantes de la oposición. A pesar de que han pasado más de cuarenta años, ninguno de los responsables ha sido juzgado ni castigado por los crímenes de lesa humanidad. Esa impunidad favoreció, décadas después, el crecimiento del crimen organizado y de la violencia y corrupción de las fuerzas armadas. Los atroces resultados están a la vista.

3.
Y llegó el día en que Teo desde sus tres años preguntó: Mamá, ¿dónde está el abuelo Rafael?

“Sabía que llegaría ese momento, pero aun así me tomó por sorpresa”, me cuenta Tania, “y le respondí de manera instintiva ‘¿Puedes creer que no sé?’ Primero pensé que era una respuesta muy tonta, después me di cuenta que ésa era la única verdad que teníamos.”

4.
¿Cómo se le habla a un niño sobre los desaparecidos?

Pensé en Tania y en Pável Ramírez Hernández, en Teo y en Sara, en Delia y en los hijos que nunca pudo volver a abrazar; pensé en mis primos, y en Paula, en María Inés, en Pablo, y en todos aquellos a los que el poder les debe los cumpleaños compartidos, las fotos sin ausencias, los besos de buenas noches, las luchitas de almohadas. ¿Cómo les contaron a ellos que mamá o papá no volverían? ¿Qué les dicen hoy a sus propios hijos?
Pensé en todo esto porque me llegaron dos libros que son dos joyas: dulces, profundos, sutiles. Dos libros publicados por el Fondo de Cultura Económica sobre este tema.

El primero de ellos se llama Mañana viene mi tío y es de Sebastián Santana Camargo (Patana), dibujante, ilustrador, artista visual, que nació en Argentina en 1977 y vive en Uruguay. El libro está dedicado a quienes por causa de desapariciones forzadas “nunca pudieron llegar”. Con apenas unas líneas y unas pocas palabras, construye un relato de una dolorosa belleza.

5.
Camino a casa es el otro libro excepcional; el texto es del colombiano Jairo Buitrago, y las ilustraciones del artista peruano Rafael Yockteng. La historia es sencilla: al salir de la escuela una niña encuentra un león y le pide que la acompañe durante el largo camino de regreso a casa, “para tener con quien hablar”, para ir más rápido que todos, para que la lleve a recoger a su hermano pequeño, para que coma con ellos mientras la mamá regresa de la fábrica… para hacerla sentir cuidada y protegida en un mundo donde los padres pueden no regresar nunca.

Éste es uno de los cuentos favoritos de Teo. Le pide a Tania y a Yuri, su papá, que se lo lean una vez y otra y otra. ¿Quién no querría un león para sentirse tranquilo, verdad Teo?

“Apostaron a arruinarnos, a aniquilarnos, a vernos llorar, y nosotros apostamos a disfrutar de la vida como expresión de radicalidad política. En la alegría hay una forma de victoria”. Con esa misma alegría Tania cría y educa a Teo. Pero dicen que la memoria del cuerpo llega hasta la cuarta generación. ¿Cómo aparece en él la huella del abuelo ausente?

“Mamá, ¿dónde está el abuelo Rafael?” Quizás transformado en un león que te cuida cada noche.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, sus libros más recientes son "Herida fecunda" (Premio Málaga de Ensayo, 2023), "Abismos, quise decir" (Premio Clemencia Isaura de Poesía, 2023), y la novela "El día que no fue" (Alfaguara). Académica de la UNAM, se desempeña como Directora del Centro de Estudios Mexicanos UNAM-Cuba. Es además, desde 2022, presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación). sandralorenzano.net

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